Estuve caminando toda la noche en busca de aquel Rio. Llegué a la zona más alta de la montaña y me subí a una roca gigante, mire hacia abajo y allí estaba él, rápido y espumoso. Era un rio de gran extensión, de gran caudal y desde arriba se podía ver las nervaduras de los pequeños flujos que desembocaban en él, alimentándolo, alimentándose cada vez más.
Me dejé caer intencionalmente, el viento movió mis cabellos y mi mirada trato de buscar la boca de la catarata para dejarme acariciar por las burbujas de aquella efusión. Aguante la respiración y un zambullido loco al agua. Sentí el frio del deshielo en todo mi cuerpo y mi corazón comenzó a latir fuerte para darme calor hasta aclimatarme.
Al salir tome una bocanada de aire, respiré profundo y acomodé mis cabellos todos revueltos. Luego dejé que la corriente se ocupe de mi cuerpo, lo acomodé extendiendo mis manos y piernas para flotar y me dejarme llevar…
Comencé a relajarme con el canto del rio, el silbido de los pájaros y con el producto de la vegetación. El sol se escondía de tanto en tanto entre los robustos árboles de copas frondosas y verdes eléctricos.
Al ir recorriendo el rio, el agua empezó a agitarse cada vez más, estaba yendo más rápido y las piedras me lastimaron un poco y rasgaron mi ropa, no había nada por hacer, puesto que era imposible salir de ahí. El agua limpió mis heridas y se llevó consigo la sal de un par de lágrimas que me cayeron. Unas varias veces quedé atrapada entre las rocas de laja y tuve que poner de todas mis fuerzas para liberarme de ellas. Luego llego la calma…
La vida tiene un poco de valentía, belleza y adrenalina, como así también, momentos de turbulencia, dolor y lágrimas. ¿No?
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