Tierra seca con piedras muy pequeñas, de colores celestes y
violetas y naranjas por los ladrillos rotos era el suelo por donde pase mi
infancia. Portón largo blanco y herrumbrado solía abrir para dar paso al viejo
auto para poder seguir. Cuando mi padre decidía
estacionar debajo de los arboles de
moras eran el mejor lugar.
Casa colonial, de paredes blancas y tejas anaranjadas
rajadas, y es que has vivido mucho, ya tendrás
como unos cien años, eres tan humilde que no tienes miedo a mostrar cómo te
pasaron los años. Adentro llevas la historia de muchas personas, y una de ellas
es, pues la mía.
Nostalgia del alisado cemento hecho piso de galería,
gallinero en donde alguna vez jugué a la cocina, un monturero y la pileta, en
donde me enseñaron apenas a nadar.
Tienes aquellas viejas puertas de resorte, que si no las seguías
daban un fuerte golpe, posee baldosas con figuras, parras y olor a pinos. Ellos
se ubican a los costados del camino, acompañan la entrada de la casa.
Tienes historia. De grandes habitación, y altos techos,
camas antiguas, en las que saltaba cuando era niña. Como extraño esa casa…
Cuando disfrutaba la casa en las vacaciones sean de verano o
invierno, acompañándolo a mi padre por cuestiones laborales o porque me dejaban quedarme con alguien, hacia chozas, y
mi imaginación volaba sin límites, nadie me frenaba, y mi curiosidad me llevaba
a querer conocer todo lo que pasaba en esa finca. Conocer la tierra, ver la
cosecha, lo importante del agua y hasta presencie un par de matanzas.
Las higueras eran la debilidad de mi mama, también de mis
hermanas y yo no me voy a lavar las manos.
Me acuerdo que en la primavera, lleno de flores amarrillas
estaba, y las millones de mariposas
revoloteaban sus alas, eran tantas y tenían diferentes colores, celestes,
amarillas y blancas.
La española era una mansión, grande por sus ambientes y
mucho más por su corazón. En aquella época abrigaba a muchas personas, juntaba
a mi familia y brindaba paz y amor. Guitarras, locros, asados, era todo un folklore.
Me divertía investigando la vida del sapo y sufría en las noches por las arañas.
Los muebles, esos muebles nunca más se podrán apreciar, viejos dirán que están y
de seguro los dieron a regalar. Yo los hubiese cuidado.
No es la casa solamente si nos recuerdo que con ella se
quedaron lo que me encantaba. Extraño a mis abuelos y a mi gran familia en
general.
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